En toda ciudad, en cada barrio, en las calles podemos encontrar personas sin hogar. Más que una opción personal, un cúmulo de circunstancias que se reflejan en problemas familiares, laborales o de salud les han llevado a una situación que nadie desea: Vivir en la calle.
Estas personas sin hogar viven desvinculadas de la sociedad, en un aislamiento que les hace invisibles y sin posibilidades de salir del círculo de la pobreza.
Hay miles de personas sin hogar en toda España. Es una realidad traumática y dolorosa. Cercana pero que hacemos invisible.
La Iglesia sale a su encuentro para que recuperen su vínculo con la sociedad, con el entorno, con la esperanza.
Se trata de visitarlas, acompañarlas, poner a su alcance recursos, ofrecerles lugares donde ser escuchadas, compartir la vida y recibir las herramientas personales que les abran a un nuevo futuro.
Se trata de poderles ofrecer recursos y habilidades que no estigmaticen sino que ponga en sus manos nuevas oportunidades. Vivir conectados nos salva, porque todas las personas, en algún momento, necesitamos de lo demás.
La actividad de Cáritas y de otras instituciones eclesiales con las personas sin hogar se pone de manifiesto en centros de formación y de acogida.
Se busca para ellos lo que ellos ya no piden: protección social, sanitaria y legal, para que las personas vulneradas puedan restaurar la confianza en sus posibilidades, en su esfuerzo y capacidad de superación.
Toda la Iglesia, cada persona, comunidad, familia puede y debe formar parte de una red de solidaridad apoyada en el Evangelio y al servicio de las personas más desfavorecidas.
Hay miles de personas sin hogar en toda España. Es una realidad traumática y dolorosa. Cercana pero que hacemos invisible.
¿Cómo lo hacemos?
Durante el año 2022 más de dos millones de personas se han acercado a algunos de los más de 6.100 centros en los que la Iglesia trabaja para mitigar la pobreza entre las personas más vulnerables de nuestro país. De hecho, estos centros son los más numerosos en nuestro país y donde un mayor número de personas acude cada año.
Familias, jóvenes, desempleados, inmigrantes, personas sin hogar, o exreclusos, reciben en estos centros atención básica de apoyo a sus necesidades materiales: alimentos, ropero, pago de recibos, ayuda en el acceso a la vivienda, asesoría… Pero también, acompañamiento humano y espiritual.
El acompañamiento a las personas es básico en la acción caritativa de la Iglesia.
¿Dónde están estos centros?
“Todos los cristianos estamos llamados a cuidar a los más frágiles de la Tierra”
PAPA FRANCISCO
Dar y estar
La Asamblea Plenaria aprobaba en abril de 2015 la Instrucción Pastoral «Iglesia, servidora de los pobres«. Este documento recuerda que la Iglesia ha sido desde su nacimiento una comunidad que ha vivido el amor. En ella se ha amado y servido a todos, especialmente a los más pobres a quienes ya los Santos Padres consideraban el ‘tesoro de la Iglesia’.
Por eso, para la Iglesia se trata de «dar» y de «estar». No es lo mismo «dar» a los pobres recursos que «estar con» los pobres y hacer el camino con ellos. El que acompaña se acerca al otro, toca el sufrimiento, comparte el dolor.
Más que un techo
Así lo entienden en la Fundación Lázaro. Desde hace más de 10 años personas sin hogar y jóvenes conviven en hogares compartidos. En este recorrido les acompañan sacerdotes de las diócesis donde se encuentra este proyecto, como Madrid, Tenerife, Puerto de Santa María (Cádiz) o Barcelona.
La convivencia permite crear vínculos entre las personas «excluidas» y las «incluidas» para facilitar la estabilidad que necesita un «sin techo». El camino empieza ofreciendo un lugar donde vivir, donde sentirse bienvenido y en familia. Pero también están para restaurar su dignidad, fomentando su reintegración en la sociedad y su autonomía. El objetivo final de este trayecto compartido es que las personas más vulnerables puedan abandonar Lázaro y reconstruir su vida.
Ramón es uno de los jóvenes voluntarios de Madrid. Cuenta, por su experiencia, que “las personas sin hogar necesitan relaciones humanas para recuperarse, tanto como necesitan un techo”. En Lázaro «elegimos vivir juntos, con sencillez, día a día para construir relaciones de confianza entre personas que de otro modo nunca se habrían conocido. Realizamos también actividades con ellos como talleres, ir al teatro o una salida por la ciudad. Se crean lazos de verdadera amistad y con ellos, de confianza en la vida”.
Otro joven, Bernabé, cuenta que “durante mucho tiempo la sociedad ha tendido a categorizar a las personas: ancianos juntos, personas con discapacidad, personas sin hogar… Lázaro es un lugar que favorece el encuentro, la diversidad y la inclusión. Con ello ayudamos a transformar la vida de las personas que han pasado por situaciones muy poco favorables”.
El compromiso social en la Iglesia no es algo secundario u opcional
sino algo que le es consustancial y pertenece a su propia naturaleza y misión.
El Dios en el que creemos es el defensor de los pobres.
«Iglesia, servidora de los pobres»