Vivimos un mundo lleno de ruido. Gente que corre de un lugar para otro, siempre con prisas, siempre tarde. Pero en este mundo, también existe un lugar donde la paz y el silencio son una forma de vida.
Los monasterios de clausura, hogar de monjas y monjes contemplativos, son espacios privilegiados para la oración y la reflexión.
Estos hombres y mujeres dedican sus vidas a la contemplación del rostro de Dios, pasando gran parte de su tiempo en oración, meditación y estudio.
Además de sus oraciones, su labor diaria incluye el trabajo manual, que realizan con amor y dedicación, ofreciendo cada tarea como una forma de servicio a Dios y al lugar en el que viven.
Su vida está marcada por la simplicidad y la entrega generosa a Dios, renunciando a las distracciones del mundo exterior para centrarse en su relación con Él.
A través de la lectura espiritual y la escritura, enriquecen su fe y comparten su sabiduría con el resto del mundo.
Su existencia, aunque silenciosa y apartada, es un faro de luz y esperanza. Sus oraciones diarias son un punto de apoyo fundamental para la misión de la Iglesia y de los cristianos.
En la quietud de sus monasterios, los monjes y monjas de clausura interceden por el mundo, ofreciendo cada momento de su día como un acto de amor y servicio a Dios y a toda la humanidad.
En su retiro, encuentran la paz verdadera y nos recuerdan que, en el silencio, también se escucha la voz de Dios.
La Vida contemplativa, un regalo de Dios para la Iglesia y para el mundo.
La Vida contemplativa, un regalo de Dios para la Iglesia y para el mundo.
¿Cómo lo hacemos?
Contemplar a Dios es hablar con Dios. Y a esta vocación orante es a la que entregan su vida las monjas y monjes de clausura, 7.906 según los datos de la Memoria anual de actividades de la Iglesia Católica en España 2022. Su hogar, 712 monasterios.
La vida consagrada es testimonio de entregadesinteresada y amor al prójimo. Decir Sí a la vida consagrada es decir Sí a una vida al servicio de Dios y también al servicio de los demás. Su ejemplo inspira a vivir con compromiso y generosidad.
La oración y la contemplación son fundamentales para el crecimiento espiritual de la Iglesia.Y son una fuente inagotable de amor y esperanza para un mundo que tanto lo necesita. Porque la vida consagrada también aporta a los desafíos contemporáneos, buscando nuevas formas de responder a las necesidades emergentes de la sociedad y adaptando sus carismas fundacionales a los tiempos actuales.
Los que rezan por todos
Mientras los horarios de la mayoría las personas están en función de sus obligaciones laborales, que determinan cómo se reparte el día, en partes de descanso y trabajo, la jornada en los monasterios está en función de una serie de momentos de oración que recorren el día, desde su inicio hasta el final, y en función de esas horas de oración se organizan las demás cosas: comidas, trabajo, tiempo de descanso.
Es el conocido el lema de la vida monástica: “Ora et labora”. Rezar y trabajar. Los monjes y monjas nos recuerdan que su vida es para Dios, mediante la contemplación y la oración. Para ellos es el eje fundamental de su vida.
“De pobres y peregrinos todos tenemos mucho”
El monje Jose Luis Galiana, del monasterio San Pedro de Cardeña de Burgos, de la Orden del Císter, explica que “los monasterios hoy dan un sentido espiritual que llena. Partimos de la regla de San Benito de “Ora et Labora”.
Además, subraya que en el monasterio se encuentra la paz. “El monasterio -explica – es un refugio para los que se sienten perdidos. Es una casa para pobres y peregrinos y yo siempre digo que de pobres y peregrinos todos tenemos mucho. El monasterio es una casa abierta y no pide curriculum sacramental. Es una casa abierta a todos, a todo aquel que busca a Dios de alguna manera, muchas veces sin saberlo”.
José Luis también apunta el asombro de las personas que llegan de visita y cómo la gente a veces no entiende la vida que han elegido. “Nosotros rezamos muchas veces y hay gente que le sorprende que recemos tanto y no encuentra el sentido de ello, pero precisamente es lo que da sentido a nuestra vida”, puntualiza.
Indica también, en su manera de organizarse, uno de los valores que tiene esta forma de vida: la fraternidad, vivir como hermanos, como quería Jesús. “Todos juntos rezamos, trabajamos, convivimos, nos alegramos y nos apenamos por las mismas cosas”, constata el monje del Císter.
Y, finalmente, destaca que otro de los aspectos importantes de los monasterios hoy en día es su función como lugar de cultura y de encuentro en nuestra sociedad.
“Os prometemos nuestra oración continúa”
Y de Burgos, nos vamos con dos religiosas a dos monasterios situados en Valencia: allí viven en clausura para Dios Sor María Rosa, Franciscana, y la Madre Dolores, Agustina.
Sor María Rosa, Franciscana de la Inmaculada, del Monasterio Santa Clara, en la localidad de Canals, deja claro su carisma: “nuestra vida está basada en orar por el mundo entero”. Sin embargo, tienen la certeza de que cuentan también con la oración de todos los fieles cristianos por ellas, “que también tenemos nuestras necesidades. Confiamos en sus rezos y os prometemos nuestra oración continúa”.
Esta comunidad tiene una gran historia detrás. Se remonta hacia los años 1222, fundada por la Reina Berenguela de Castilla, madre del Rey San Fernando, en Guadalajara. Un convento que da inicio aún en vida Santa Clara de Asís. Por diferentes cuestiones de organización y vaivenes de la historia, esta comunidad de Santa Clara, en 1912 se traslada a Canals, Valencia, para vivir desde entonces en este pueblo costero.
Por su parte, la Madre Dolores, Agustina descalza, en el Monasterio Purísima Concepción, San José y Beata Inés, situado en Benigánim, Valencia, cuenta que ingresó en el convento a los 18 años.
Aunque confiesa que “quería ser monja de vida activa porque pienso que ayudar a los demás es muy importante y en aquellos momentos yo valoraba eso más que la oración”. Pero, como “es el Señor el que llama, el que pide y el que da la fuerza cada día, Él permitió que fuese a ver la entrada de una compañera, cómo ingresaba en el monasterio”. Y nos relata su recuerdo: “había muchas monjas a los lados y me fijé que el Señor me miraba y me decía “te quiero aquí”. No es que me lo dijera con la voz -detalla alegre- sino que llegó a mi corazón”.
Incluso ella misma se sorprendió porque hasta ese momento no encontraba ningún valor a meterse de lleno en un monasterio. “Ahí encerradas siempre… Yo no me veía ahí dentro. Pero como el que llama es el Señor, a partir de ahí, de esa llamada, yo ya no podía vivir fuera. Tardé meses en decidirme, pero fue entrar y sentirme la más feliz del mundo. Llevo aquí 49 años”.
«Estamos con el mundo y por el mundo”
Y desde Oviedo habla la Madre Elsa Campa, Carmelita descalza, consultora del Dicasterio para la Vida Consagrada, quien afirma con rotundidad que es “una vida plena y se vive con mucha alegría y con mucho gozo. Sintiéndonos, como diría Santa Teresa, hijas de la Iglesia, con esa profundidad de entrega y de cariño hacia toda la humanidad”.
En este sentido, muestra su cercanía y, por ende, la de todas las contemplativas, por todas las personas que sufren. “Todos esos rostros los presentamos diariamente al Señor como parte nuestra. Estamos con el mundo y por el mundo. Aunque estemos un poco alejadas, eso no significa que no llevemos dentro a todas las personas”, añade.
También tiene un recuerdo especial por las hermanas mayores de todos los conventos contemplativos, algunas incluso enfermas. Algunas llevan 50, 60 y hasta 70 años de vida consagrada orando por todos y les reconoce esa vocación y entrega, en la vida sencilla y dedicada a Dios que han llevado. “Su testimonio es impresionante”, resalta.
«Ayudamos a los conventos en sus necesidades materiales y sociales»
También hay laicos comprometidos que ayudan a que las religiosaspuedan tener cubiertas las necesidades propias de la vida cotidiana.
Desde febrero de este año un grupo de laicos tomó la iniciativa para la creación de la Asociación “Amigos de los conventos de Toledo”. Raúl Muelas, vicario para los contemplativos y religiosos de esta diócesis, es el consiliario de la Asociación y quien les ofreció su apoyo al comprobar su interés por paliar algunas dificultades que veían en, diferentes aspectos, en los 34 monasterios y conventos de la diócesis de Toledo.
El principal impulsor de esta iniciativa laical fue Francisco Márquez, quien vio que se les podía ayudar en un amplio abanico de temas, en los que muchas veces los religiosos y religiosas se encontraban perdidos. Ahora es el coordinador de la Asociación.
Empezaron a visitar conventos, la única manera de conocer cada realidad, y observar qué necesitaban. A partir de ahí, organizaron diversos proyectos como «un plan de renovación para los ordenadores, enseñarles a usar la firma digital, la creación de una red de hospederías, ayudar en la organización de los entierros con los seguros, una lavandería industrial o poder llevarles al hospital cuando enferman. También, por ejemplo, ayudamos con los papeles de regularización de las monjas extranjeras que llegan, o estudiando si pueden obtener cualquier tipo de subvención, como los trámites de la ley de dependencia o diferentes gestiones económicas”, explica Francisco Márquez.
También invita a voluntarios de todas las edades que quieran colaborar con ellos en estos proyectos, porque «necesitamos, principalmente, ayuda humana».
Por su parte, Ana García, responsable de Patrimonio, Turismo y Hospedería de la “Amigos de los conventos de Toledo” explica que tener un trato directo con las monjas ha cambiado su perspectiva completamente: “entrar en los claustros hace que el mundo se detenga, cobra otro sentido, hace que se cambie el ritmo, la percepción de la vida. Y considero que ellas tienen mucho que aportar al mundo”.